Basile tiene ante sí una tarea ciclópea si Argentina pretende reconquistar un puesto de punta entre las naciones del fútbol. Riquelme no parece estar a la altura de los acontecimientos. Nuestro equipo centra su juego en un jefe sin autoridad.
El bautismo de fuego de la Selección de Basile culminó con una derrota contundente ante el archienemigo de siempre, Brasil.Gracias a un juego vistoso y efectivo, aunque en realidad un poco lento, el equipo llegó a convertirse en el gran favorito del torneo. No sólo en Venezuela, sino también en Europa y Escandinavia. Lo cual no es poco decir, teniendo en cuenta la fascinación de los europeos con el "fútbol samba". ¿Qué fue lo que falló entonces? Las vicisitudes del juego le complicaron la final a Argentina. Un gol temprano, otro gol en contra que terminó de desanimar a la Selección... ¿cómo prevenir eso? Sin embargo, tal vez la respuesta se deba buscar en el liderazgo. A nadie escapa que Riquelme es un jugador con exigencias. Todo el juego pasa indefectiblemente por él y los demás jugadores deben aceptar ese esquema. Ese fue el planteo que dejó a Verón afuera del Mundial 2006.Por supuesto esa es hoy una cuestión meramente académica. Al fin y al cabo, Riquelme fue gran figura en el Mundial de Alemania y en la última Copa América. Y el estado físico de Verón, evidenciado en la imprecisión de sus pases, tal vez justifique a posteriori su exclusión del equipo de Pekerman. Pero la cuestión central es: ¿quién lidera la Selección?La presencia de un conductor ha caracterizado siempre a los grandes equipos. En la final de la Copa del Mundo de 1950 en el estadio Maracaná, el gran Obdulio Varela (el de la boina) compró todos los periódicos de la mañana que daban por vencedor al equipo local. Ya en el vestuario charrúa, puso los periódicos sobre el piso e hizo que "sus" jugadores mearan sobre los titulares (para los uruguayos) agoreros. Uruguay ganó esa final 2-1.Brasil aprendió la lección. En la final del Mundial de Suecia de 1958, la selección local abrió el marcador con un gol de Nils Liedholm ante los atónitos jugadores del "dream team" brasileño que de nuevo veían el fantasma nefasto del gran Obdulio cernirse sobre sus cabezas. Pero Didí se encargó de recoger la pelota con sus propias manos de entre las redes mientras arengaba a sus compañeros —entre ellos los jóvenes debutantes Pelé y Garrincha— a seguir luchando. Brasil consiguió finalmente una victoria aplastante sobre Suecia por 5-2 y obtuvo así su primer trofeo mundial y, sobre todo, la superación del trauma de la final del 50.En el Mundial de Chile de 1962 se repite el fenómeno, esta vez con Garrincha como protagonista. Pelé terminó lesionado el primer partido y no volvió a jugar en todo el torneo. (Es llamativo que se siga repitiendo que Pelé ganó tres Copas mundiales: en realidad, sus logros se limitan a Suecia 58 y México 70). Pero entonces apareció la figura de "Mané" que con sus gambetas endiabladas aseguró el segundo oro mundial para los brasileros. Luego del fiasco en el Mundial de Inglaterra, Brasil era nuevamente favorito en México 70. Pelé había revisto su decisión de no volver a participar en un certamen mundial y se perfilaba una nueva generación de jugadores fabulosos para acompañar al astro indiscutido del fútbol de entonces. Sin embargo, en la semifinal contra Uruguay, Brasil empezó perdiendo 1-0. Le tocó entonces a Pelé, como antes hiciera Didí, ir a buscar la pelota al fondo de la red arengando a sus compañeros a no rendirse. El resto es historia. Brasil ganó su tercer oro mundial gracias al juego de la mejor selección nacional de la historia del fútbol. Las selecciones que han conquistado un lugar en los anales del fútbol y en el corazón de la gente han contado con un líder. ¿Acaso no recordamos a "la naranja mecánica" de Cruyff, aun sin haber ganado ningún Mundial? Y, entre los victoriosos, quién olvida —a pesar del contexto político— a la selección campeona de Kempes, la Alemania de Beckenbauer y la Argentina de Maradona en México 86? ¿O la Francia de Zidane en 1998? Por contraste, ¿quién recordará los equipos anónimos —por carencia de liderazgo— de Alemania 90, Brasil 94 y 2002 e Italia 2006? Entonces uno se pregunta quién irá a buscar la pelota a la red cuando la adversidad nos golpee. Hasta ahora nadie lo ha hecho desde que Diego se alejó de las canchas. Basile tiene ante sí una tarea ciclópea si Argentina pretende reconquistar un puesto de punta entre las naciones del fútbol. Cuando las papas queman (léase, el partido contra Alemania en el último mundial y la última final contra Brasil), Riquelme no parece estar a la altura de los acontecimientos. La selección centra su juego en un líder que no lidera.Lo que pueda pasar con Messi es —en realidad— otra historia.
Claudio Tamburrini. FILOSOFO DEL DEPORTE. AUTOR DE "¿LA MANO DE DIOS?" Y"PASE LIBRE"
El bautismo de fuego de la Selección de Basile culminó con una derrota contundente ante el archienemigo de siempre, Brasil.Gracias a un juego vistoso y efectivo, aunque en realidad un poco lento, el equipo llegó a convertirse en el gran favorito del torneo. No sólo en Venezuela, sino también en Europa y Escandinavia. Lo cual no es poco decir, teniendo en cuenta la fascinación de los europeos con el "fútbol samba". ¿Qué fue lo que falló entonces? Las vicisitudes del juego le complicaron la final a Argentina. Un gol temprano, otro gol en contra que terminó de desanimar a la Selección... ¿cómo prevenir eso? Sin embargo, tal vez la respuesta se deba buscar en el liderazgo. A nadie escapa que Riquelme es un jugador con exigencias. Todo el juego pasa indefectiblemente por él y los demás jugadores deben aceptar ese esquema. Ese fue el planteo que dejó a Verón afuera del Mundial 2006.Por supuesto esa es hoy una cuestión meramente académica. Al fin y al cabo, Riquelme fue gran figura en el Mundial de Alemania y en la última Copa América. Y el estado físico de Verón, evidenciado en la imprecisión de sus pases, tal vez justifique a posteriori su exclusión del equipo de Pekerman. Pero la cuestión central es: ¿quién lidera la Selección?La presencia de un conductor ha caracterizado siempre a los grandes equipos. En la final de la Copa del Mundo de 1950 en el estadio Maracaná, el gran Obdulio Varela (el de la boina) compró todos los periódicos de la mañana que daban por vencedor al equipo local. Ya en el vestuario charrúa, puso los periódicos sobre el piso e hizo que "sus" jugadores mearan sobre los titulares (para los uruguayos) agoreros. Uruguay ganó esa final 2-1.Brasil aprendió la lección. En la final del Mundial de Suecia de 1958, la selección local abrió el marcador con un gol de Nils Liedholm ante los atónitos jugadores del "dream team" brasileño que de nuevo veían el fantasma nefasto del gran Obdulio cernirse sobre sus cabezas. Pero Didí se encargó de recoger la pelota con sus propias manos de entre las redes mientras arengaba a sus compañeros —entre ellos los jóvenes debutantes Pelé y Garrincha— a seguir luchando. Brasil consiguió finalmente una victoria aplastante sobre Suecia por 5-2 y obtuvo así su primer trofeo mundial y, sobre todo, la superación del trauma de la final del 50.En el Mundial de Chile de 1962 se repite el fenómeno, esta vez con Garrincha como protagonista. Pelé terminó lesionado el primer partido y no volvió a jugar en todo el torneo. (Es llamativo que se siga repitiendo que Pelé ganó tres Copas mundiales: en realidad, sus logros se limitan a Suecia 58 y México 70). Pero entonces apareció la figura de "Mané" que con sus gambetas endiabladas aseguró el segundo oro mundial para los brasileros. Luego del fiasco en el Mundial de Inglaterra, Brasil era nuevamente favorito en México 70. Pelé había revisto su decisión de no volver a participar en un certamen mundial y se perfilaba una nueva generación de jugadores fabulosos para acompañar al astro indiscutido del fútbol de entonces. Sin embargo, en la semifinal contra Uruguay, Brasil empezó perdiendo 1-0. Le tocó entonces a Pelé, como antes hiciera Didí, ir a buscar la pelota al fondo de la red arengando a sus compañeros a no rendirse. El resto es historia. Brasil ganó su tercer oro mundial gracias al juego de la mejor selección nacional de la historia del fútbol. Las selecciones que han conquistado un lugar en los anales del fútbol y en el corazón de la gente han contado con un líder. ¿Acaso no recordamos a "la naranja mecánica" de Cruyff, aun sin haber ganado ningún Mundial? Y, entre los victoriosos, quién olvida —a pesar del contexto político— a la selección campeona de Kempes, la Alemania de Beckenbauer y la Argentina de Maradona en México 86? ¿O la Francia de Zidane en 1998? Por contraste, ¿quién recordará los equipos anónimos —por carencia de liderazgo— de Alemania 90, Brasil 94 y 2002 e Italia 2006? Entonces uno se pregunta quién irá a buscar la pelota a la red cuando la adversidad nos golpee. Hasta ahora nadie lo ha hecho desde que Diego se alejó de las canchas. Basile tiene ante sí una tarea ciclópea si Argentina pretende reconquistar un puesto de punta entre las naciones del fútbol. Cuando las papas queman (léase, el partido contra Alemania en el último mundial y la última final contra Brasil), Riquelme no parece estar a la altura de los acontecimientos. La selección centra su juego en un líder que no lidera.Lo que pueda pasar con Messi es —en realidad— otra historia.
Claudio Tamburrini. FILOSOFO DEL DEPORTE. AUTOR DE "¿LA MANO DE DIOS?" Y"PASE LIBRE"
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