domingo, 29 de mayo de 2016

Champions League 2016. Zidane campeón en tres dimensiones

Cuando empezó esta Champions (la 60ª), en septiembre de 2015, cabía pensar que podía ser el torneo en el que Lionel Messi alcanzaría los cinco títulos de Alfredo Di Stéfano. Pero se interpuso el granítico Atlético de Madrid en cuartos de final y entonces se vislumbró que podía ser la primera vez para el equipo de Diego Simeone . Tampoco lo fue. La competencia pasará al recuerdo y quedará grabada con el nombre de Zinedine Zidane, más que el de Cristiano Ronaldo, que fue el goleador del certamen (16, a uno de su récord de 17 para la Liga de Campeones) y le dio la "Orejona" al convertir anoche el último penal.

El francés fue un talento dentro de la cancha y es un predestinado fuera de ella. Todo es muy rápido y reciente, y cuesta encuadrarlo como director técnico en su medida justa. Después de haber sido ayudante de Carlo Ancelotti en la conquista de 2014, parecía poco que hasta diciembre estuviera dirigiendo al Castilla (filial de Real Madrid) en la tercera división de España. En el club decían que lo estaban formando. Y ahora parece una enormidad que en apenas cinco meses, desde que a principios de enero reemplazó al despedido Rafa Benítez, haya llevado a Real Madrid a levantar la undécima Copa de Europa.

Es probable que Zidane sepa más de Real Madrid que de dirección técnica. A veces es más importante saber absorber la presión del lugar que se ocupa que tener conocimientos académicos. La final de ayer es un éxito que no lo consagra precisamente como un estupendo estratega, sobre todo a la hora de los cambios, que es cuando más importancia tiene un entrenador para reconducir un partido.

Zizou tuvo la desgracia de que se lesionara Carvajal y Danilo padeciera con la gambeta en velocidad de Carrasco. Con las otras dos variantes casi que le hace un favor al Atlético: sacó a Benzema, el delantero con más capacidad para tener la pelota cuando el rival se venía encima del área de Navas. Bale, de muy buen primer tiempo por su potencia para romper líneas y sacrificio para retroceder, y Cristiano Ronaldo, visiblemente mermado físicamente por las lesiones en el último mes, ya en la segunda etapa no podían hacer un movimiento sin acalambrarse.

De no ser porque esos dos jugadores son intocables en la estrategia futbolística-comercial del presidente Florentino Pérez, deberían haber sido reemplazados. Real Madrid se expuso al riesgo de competir con hombres que apenas podían moverse. Pero en 120 minutos y penales hay suficiente material para que cada uno tenga una parte de la razón y la verdad. Y Zidane puede arrogarse el mérito de que Bale convirtió el tercer penal (se tocó el aductor tras la ejecución) y Cristiano el de la gloria definitiva.

Integrante conspicuo del Madrid de los Galácticos (con Figo, el brasileño Ronaldo y Beckham), Zidane le puso su sello a la Novena (así, los madridistas la refieren en mayúscula) con una volea antológica en la final en 2002. En la Décima estuvo de colaborador de Ancelotti, siempre con bajo perfil.

Y ahora es el máximo responsable de un plantel que volvió a sentirse cómodo a su mando para liberar las energías positivas que no supo extraerle Rafa Benítez. "Real Madrid es el club de mi vida, el que me hizo más grande en todo", dijo ayer, con esa sonrisa de monje, beatífica, para que en Real Madrid lo adoren todavía más.

Champions League 2016. Simeone nos está diciendo algo importante

Aun a los que el fútbol los tiene sin cuidado saben que Diego Simeone es un argentino ganador. A sus 46 años está construyendo una leyenda que, salvando distancias, recuerda al ilustre Jorge Luis Borges, quien llegó a definir como una “tradición sueca” no otorgarle el Nobel. Las hazañas del Cholo bien merecen que de una buena vez la FIFA lo premie en la fiesta del Balón de Oro. Por ahora es otra tradición a la sueca dejarlo con las manos vacías.

Ha ganado cinco títulos como entrenador del Atlético y es el único de la liga española que se ha mantenido sin cambiar de equipo. ¿Simeone es un argentino atípico o es otro tipo de argentino? Basó su carrera en pilares que no son los que más nos caracterizan: la humildad, el esfuerzo, el trabajo, la solidaridad. Y siempre el equipo por encima de sus integrantes.

Al contrario de los que parten de que somos los mejores del mundo, Simeone hace que sus equipos nunca partan de esa premisa. Son mejores los otros y hace falta un enorme sacrificio para emparejarlos y superarlos.

Hizo al Madrid a su imagen y semejanza y ese equipo sin grandes estrellas y resignado a no salir campeón juega hoy de igual a igual con los mejores y a veces, muchas veces, les gana. Ayer perdió frente al Real por penales. Pero la derrota no lo cambia a él ni cambia las cosas.

La receta del Cholo es transpirar. Todos deben ofrecer su sudor. Es el Churchill argentino, dice el periodista inglés John Carlin. Exige trabajo duro. Con triunfo o derrota demanda seguir haciendo lo mismo. Sabe que el que duerme en los laureles pierde. Dice que a la guerra la ganan los que utilizan mejor a sus soldados, no los que tienen los mejores soldados. La frase está por la mitad: no necesita decir que gana el que utiliza mejor a los mejores. No se exculpa si pierde. No tiene o no abusa de esa costumbre tan nacional.

Tampoco se conforma nunca. Siempre quiere aprender y compite pasionalmente. Tanto que por ganar retó a sus jugadores porque no lo “cortaban a Messi” y fue suspendido por hacer que un alcanzapelotas interrumpiera un ataque del Málaga arrojando un balón a la cancha. Es un líder capaz de convencer a los superprofesionales que conduce al punto de poder reemplazarlos sin resentir al equipo. En la lección de Simeone no hay soluciones mágicas, no hay líderes iluminados. Tenemos bastante para mirar en él y aprender. (Y no premiarlo debería dejar de ser una tradición suiza).


lunes, 28 de marzo de 2016

Los nuevos jefes en MIllenialls

El prototipo de jefe autoritario, inflexible y gruñón se cae a pique: la llegada de los millennials a puestos de liderazgo impone un nuevo paradigma en las relaciones laborales. Estos jóvenes, nacidos entre 1981 y 2000, son empáticos, forjan vínculos con sus colaboradores que van más allá de lo laboral y promueven la flexibilidad horaria.
Si antes era raro que un jefe incentivara a un colaborador a quedarse en su casa o que compartieran una cerveza sin mencionar temas laborales, hoy es algo corriente. Es que muchos de los millennials más viejos –aquellos que acaban de pasar la barrera de los 30 o que están a punto de hacerlo– ya ejercen roles directivos y llevan a la práctica los valores que defendían como empleados.
La tendencia se da con fuerza en empresas vinculadas con la tecnología, aunque alcanza a todos los sectores. Los fundadores de Tienda Nube, una plataforma que ofrece soluciones de e-commerce,  son un claro ejemplo. Los cinco tienen menos de 30 años y fomentan como esquema de trabajo lo que en otras compañías se ofrece como beneficio: no cumplen horarios fijos y el teletrabajo queda a elección de cada empleado. “Todo el mundo puede trabajar desde la casa cuando quiera y cada uno elige a qué hora ingresar, en general entran a eso de las 9, pero no está estructurado”, señala José Abuchaem, uno de los fundadores y director del departamento de Marketing. Y aclara que los 65 empleados de la compañía son millennials.
Es probable que los jefes baby boomers –aquellos que hoy tienen entre 50 y 60 años– afirmen que un modelo de trabajo sin rigideces de ningún tipo es un “viva la pepa” que lleva a mal puerto, pero en Tienda Nube los números indican lo contrario. La clave, según explica Abuchaem está en “confiar en la capacidad del otro, asumir que puede y va a cumplir con lo pautado; por eso trabajamos con objetivos a los que hay que llegar y cada uno maneja su tiempo como quiere para poder alcanzarlos”.
El 46% del personal administrativo de Unilever es millennial, mientras que el resto pertenece a la generación X o a los baby boomers. Los más jóvenes de la compañía ya desempeñan roles directivos y se advierten diferencias con sus predecesores. “Tenemos políticas de flexibilidad para balancear la vida personal y laboral, a los baby boomers les cuesta un poco implementarlas, en cambio los millennials tienen bien incorporado el homme office y ese tipo de flexibilidades”, señala Laura Massolo, gerente de Recursos Humanos para Marketing de Unilever.
Otro punto en común que tienen los jóvenes líderes es personalizar los vínculos con sus colaboradores. “Su estilo de gestión es customizado, o sea que ejercen un liderazgo situacional en el que tratan de entender a la persona que tienen a cargo con más profundidad, se preocupan por su vida personal, se adaptan a lo que necesita, buscan cómo motivarla, etc.”, añade Massolo.
El jefe que vive en una especie de mundo paralelo, encerrado en su oficina, tampoco va más. Los jóvenes millennials ni siquiera compran ese modelo en el que una o dos veces por año, el jefe se saca el traje y se pone las zapatillas para convertirse en amigo por un día y comer un asado o jugar un picadito en el “outoor training” o el “family day”; los líderes de la nueva generación comparten con sus colaboradores tiempo genuino fuera de la oficina, “somos amigos y salimos bastante seguido”, cuenta Abuchaem. Eso no significa que los roles se desdibujen: “Una cosa es la buena onda y otra laburar en forma eficiente. Por suerte, los objetivos son claros para todos, así que es fácil darse cuenta cuando no se cumplen”, agrega.
Y en ese punto, así como hay diferentes tipos de jefe, también existen distintos estilos de empleado: algunos son hijos del rigor y sólo pueden trabajar bajo el sistema clásico. “Hay gente que se distrae en la casa o que no puede cumplir un objetivo sin un formato rígido que la organice”, explica Abuchaem.
En Recursos Humanos es común designar a estos nuevos líderes como “GeFes” (gestores de felicidad), ya que dicen que su principal función es ayudar a los empleados de la compañía a lograr la autorealización laboral. “Quizás hablar de felicidad es grandilocuente, pero la idea es entender el perfil de la persona para saber qué le gusta y lograr que saque lo mejor de sí”, indica Massolo.
Es que durante siglos, los trabajadores tuvieron que luchar por derechos que hoy son básicos, como las vacaciones, mientras que los millennials reclaman ser felices también en la oficina; la revolución ya está en marcha. CAMILA POZZI FOTO ORTIZ GUSTAVO 10-03-16