Cuando
empezó esta Champions (la 60ª), en septiembre de 2015, cabía pensar que podía
ser el torneo en el que Lionel Messi alcanzaría los cinco títulos de Alfredo Di
Stéfano. Pero se interpuso el granítico Atlético de Madrid en cuartos de final
y entonces se vislumbró que podía ser la primera vez para el equipo de Diego
Simeone . Tampoco lo fue. La competencia pasará al recuerdo y quedará grabada
con el nombre de Zinedine Zidane, más que el de Cristiano Ronaldo, que fue el
goleador del certamen (16, a uno de su récord de 17 para la Liga de Campeones)
y le dio la "Orejona" al convertir anoche el último penal.
El
francés fue un talento dentro de la cancha y es un predestinado fuera de ella.
Todo es muy rápido y reciente, y cuesta encuadrarlo como director técnico en su
medida justa. Después de haber sido ayudante de Carlo Ancelotti en la conquista
de 2014, parecía poco que hasta diciembre estuviera dirigiendo al Castilla
(filial de Real Madrid) en la tercera división de España. En el club decían que
lo estaban formando. Y ahora parece una enormidad que en apenas cinco meses,
desde que a principios de enero reemplazó al despedido Rafa Benítez, haya
llevado a Real Madrid a levantar la undécima Copa de Europa.
Es
probable que Zidane sepa más de Real Madrid que de dirección técnica. A veces
es más importante saber absorber la presión del lugar que se ocupa que tener
conocimientos académicos. La final de ayer es un éxito que no lo consagra
precisamente como un estupendo estratega, sobre todo a la hora de los cambios,
que es cuando más importancia tiene un entrenador para reconducir un partido.
Zizou
tuvo la desgracia de que se lesionara Carvajal y Danilo padeciera con la
gambeta en velocidad de Carrasco. Con las otras dos variantes casi que le hace
un favor al Atlético: sacó a Benzema, el delantero con más capacidad para tener
la pelota cuando el rival se venía encima del área de Navas. Bale, de muy buen
primer tiempo por su potencia para romper líneas y sacrificio para retroceder,
y Cristiano Ronaldo, visiblemente mermado físicamente por las lesiones en el
último mes, ya en la segunda etapa no podían hacer un movimiento sin
acalambrarse.
De
no ser porque esos dos jugadores son intocables en la estrategia
futbolística-comercial del presidente Florentino Pérez, deberían haber sido
reemplazados. Real Madrid se expuso al riesgo de competir con hombres que
apenas podían moverse. Pero en 120 minutos y penales hay suficiente material
para que cada uno tenga una parte de la razón y la verdad. Y Zidane puede
arrogarse el mérito de que Bale convirtió el tercer penal (se tocó el aductor
tras la ejecución) y Cristiano el de la gloria definitiva.
Integrante
conspicuo del Madrid de los Galácticos (con Figo, el brasileño Ronaldo y
Beckham), Zidane le puso su sello a la Novena (así, los madridistas la refieren
en mayúscula) con una volea antológica en la final en 2002. En la Décima estuvo
de colaborador de Ancelotti, siempre con bajo perfil.
Y
ahora es el máximo responsable de un plantel que volvió a sentirse cómodo a su
mando para liberar las energías positivas que no supo extraerle Rafa Benítez.
"Real Madrid es el club de mi vida, el que me hizo más grande en
todo", dijo ayer, con esa sonrisa de monje, beatífica, para que en Real
Madrid lo adoren todavía más.